La utopía en el asociacionismo progresista

Apariencia versus realidad

La cultura oficial hace denodados esfuerzos para sostener que la civilización humana ha entrado a un nuevo estadio de desarrollo. El discurso dominante no se queda sólo en esa figuración dirigida a moldear la nueva conciencia colectiva; regala además –para el regocijo de desprevenidos e incautos– un símbolo concreto: “la caída del muro”. He allí el hito histórico preciso que marcó el paso –definitivo– hacia “promisorios horizontes”. Partida de nacimiento para el pragmatismo emergente, certificado de Defunción para las utopías decadentes.

La senda iluminada de la “posmodernidad” se abría, por obra y gracia del maquiavélico reciclaje del superpoder internacional y de la monopolización de las comunicaciones. Todo esto, por cierto, aclamado por el delirante discurso de neoliberales, seudosocialistas y renegados de última hora. Excepto contadas lucideces, moros y cristianos se adhirieron a la seducción del majadero argumento del “encuentro global”. Sin embargo, el hormigón pulverizado en el corazón de Berlín no mejoró al mundo. La legítima aspiración se estrelló, prontamente, con la irreductible realidad.

Parecería que la globalización sin contrapesos ha profundizado todavía más las grandes lacras y contradicciones de la sociedad humana: persisten y se amplían los dramáticos bolsones de miseria en el Tercer y Cuarto Mundo; continúa creciendo la sideral distancia entre el mundo desarrollado y el resto de la humanidad en materia de ingresos per capita, tecnologías, consumo alimentario y calidad de vida; la depredación ecológica es cada día más vertiginosa; y, como si este cuadro fuese poco, han emergido o están latentes graves conflictos nacionalistas, étnicos y sociales en todos los continentes.

A pesar del afán propagandístico del “fin de la historia”, la temeraria tesis de Fujiyama es incontrastable con los factores que mantienen a la humanidad en estado perpetuo de semicolapso. El pretendido “nuevo orden” es como en el Gatopardo: todo parece cambiar, pero en definitiva, todo se mantiene inmutable.

El cuestionamiento crítico

Así, los grandes paradigmas del futuro pasan por la brecha existente entre el mundo real y el mundo aparente. Frente a una moral obsecuente y acrítica, cuyo soporte es la contemplación pasiva, debemos contraponer una moral activa y transgresora, cuyo soporte sea el cambio efectivo. Una nueva ética social comprometida con la realización plena del Hombre. Aspirar a un orden compatible con ideales de igualdad, libertad y justicia requiere casi como condición sine qua non, apostar por la crítica. En esta lógica, no es la adaptación sino el cuestionamiento crítico el primer acto de reencuentro con la utopía.

El inexorable advenimiento del tercer milenio nos sitúa, hoy, en el umbral de una disyuntiva decisiva: o un proyecto de civilización sometida al poder fáctico de las minorías dominantes (a escala planetaria) o un proyecto de civilización participativa sustentada en la humanizacíon efectiva de la vida. En otras palabras, la encrucijada a dirimir apunta por un lado a la resignación y, por otro, a la esperanza. Sin duda, la adhesión progresista pasa por construir espacios donde ejercer una actitud y una conducta esperanzadora; un “sentido” de pensamiento y acción orientado a recuperar la utopía como herramienta motivadora de “lo posible”. La diversidad de propuestas contestatarias fundamentadas en el cuestionamiento crítico nos indica la necesidad de incorporar la utopía como elemento inherente del asociacionismo progresista.

Reposicionar el asociacionismo

Es necesario reflexionar sobre el fondo conceptual del asociacionismo. El hoy maltratado componente utópico es uno de los factores de mayor validez para redefinir la funcionalidad, propósitos y métodos del movimiento asociativo, en un marco éticamente justificado. (Cuestión esencial a la hora de saber si estamos o no contribuyendo a generar condiciones para un mundo mejor). La utopía es una fuente de inspiración colectiva fundamental para abatir el “muro de las mentes” y visualizar horizontes efectivamente esperanzadores; por ello es necesario reposicionar en cada evento asociativo y de cooperación, la motivación utópica extraviada en los vericuetos de un seudopragmatismo, que no es otra cosa que oportunismo funcional. Sabemos que la fortaleza del asociacionismo no es simplemente un asunto de cantidad, sino de convicciones. Por ende, la tarea de sembrar una nueva noción de lo posible ha de ser permanente.

Asociaos y seréis fuertes

Dirigentes y animadores

Conciencias capaces de transformar la ilusión en realidad son determinantes para enfocar una pedagogía social innovadora y eficaz. Es indispensable renovar creativamente los énfasis formativos. Creo que experiencias como las vuestras –Escola Lliure– debieran multiplicarse. En este sentido, particular importancia tienen los perfiles y competencias de dirigentes y animadores. Frecuentes experiencias demuestran que la causa del anquilosamiento de muchas asociaciones radica en quienes, resignados tempranamente, han abdicado de sus ensoñaciones para convertirse en los siempre presurosos sepultureros de ideales. El movimiento asociativo no puede ser rehén, por los siglos de los siglos, del servilismo funcional de dirigentes acomodaticios.

Es necesario dotar las asociaciones de un espacio democratizador, activo, decidido e irreverente, que haga remecer los esquemas contemplativos y asfixie la manipulación. El movimiento asociativo no se puede situar en la lógica del “establishment” ni del asistencialismo mesiánico, por el contrario, debe desarrollar capacidades alternativas a partir del conocimiento y la acción liberadora del creer y del crear. Debemos incorporar en nuestras praxis cotidianas la alegría, el ingenio, el optimismo, la interacción constructiva, socializar activamente el espíritu participativo.

Instruios y seréis libres

La naturaleza de una propuesta utópica apunta hacia un futuro en el que los hombres puedan dignificar sus propias existencias; pero no bastan enunciados principalistas. Es necesario reflejar vocación propositiva en el tejido social: ser parte del escenario real. Para el asociacionismo progresista, el soporte inspirador está en la dimensión individual y social que potencia al ser humano. Allí encuentra la fuerza una convicción, que integra el amor para conjugar plenamente la solidaridad, la justicia y la fraternidad. Amaos y seréis felices (…y perseverar en el intento).

Seamos realistas…