El manco de Lepanto y la ciudad del Quijote

Agraïm aquest document i la feina de recerca que ha comportat a la nostra amiga Georgina Gil Artells, diplomada en Biblioteconomia i Documentació.

J. Narcís Roca Farreras. La Publicidad, 7 d’octubre 1879

Aniversario de la gran batalla: allí Miguel de Cervantes recibió la herida, a la cual ha debido este honroso título. Séanos permitido recordar hoy a Barcelona y a toda Cataluña, la deuda de gratitud que tiene hacia el gran escritor y que no ha la han satisfecho todavía. A ciudad alguna ni a pueblo alguno elogió Cervantes más que a Barcelona y a los catalanes; tanto, a bien pocos, si es que celebró en el mismo grado a alguno. Los elogios del gran talento y del gran carácter hacia nuestra ciudad y nuestra gente son concisos, pero altísimos y en gran manera elocuentes.

Leamos en el antepenúltimo capítulo del Quijote. El ingenioso Hidalgo dícele a don Alvaro Tarfe.

“… y así me pasó de claro a Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza única. Y aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre, los llevó sin ella solo por haberla visto”.

Leemos en Dos doncellas:

“… llegaron a Barcelona poco antes que el sol se pusiese. Admiroles el hermoso sitio de la ciudad y la estimaron por flor de las bellas ciudades del mundo, honra de España, temor y espanto de los circunvecinos y apartados enemigos, regalo y delicia de sus moradores, amparo de los extranjeros, escuela de la caballería, ejemplo de lealtad y satisfacción de todo aquello que de una grande, famosa y rica y bien fundada ciudad puede pedir un discreto y curioso deseo.”

En el Pérsiles y Segismundo, (cap. XII, lib. III) se lee:

“Aquella noche se alteró el mar de modo que fue forzoso alargarse las galeras de la playa, que en aquella parte es de continuo mal segura. Los corteses catalanes, gente enojada terrible, y pacífica suave; gente que con facilidad dan la vida por la honra y por defenderlas entrambas se adelantan a si mismos, que es como adelantarse a todas las naciones del mundo…”

Hoy serían muy exagerados estos bellos elogios. Ni los catalanes ni Barcelona atesoran las prendas que Cervantes hallaba en los locales contra el gobierno absolutista y centralizador del conde Olivares, ministro de Felipe IV (1640) dio ocasión a que en un libro notable escrito a favor del Principado, la Noticia Universal de Cataluña, y dirigido a toda España los catalanes levantasen como un título de honor y gloria el elogio que de su carácter escribiera “él en todas sus obras celebrado Miguel de Cervantes en su elocuente Pérsiles”1.

“Encomio tan grande (añade a continuación la Noticia) que panegíricamente cifra las mayores prendas de los catalanes; panegírico tan realzado que se adelante a los favores más colmados que de extraños autores ha recibido Cataluña y siendo el autor castellano, se quiten todas las sospechas del afecto dando más eficacia a la verdad de sus palabras”.

Al ver los elogios que de nosotros y de nuestra capital hizo el pensador profundo y eminente escritor, sentimos hacia él un vivo reconocimiento. De otras pocas naciones y ciudades trazó la pluma Cervantes elogios casi iguales o poco menores, pero mayores no.

En Las dos doncellas, es en Barcelona donde se desenlaza el argumento de la novela; en el Quijote, es en Barcelona donde comienza el desenlace; de manera que en ambas obras es nuestra ciudad teatro de escenas las más largas e interesantes del drama, quedando Barcelona hondamente grabada en el pensamiento del lector.

Don Quijote en sus peregrinaciones por diferentes partes de España no va a otra ciudad que a Barcelona, o al menos no consta que vaya. En Barcelona tiene el Caballero de la Mancha un gran recibimiento y es obsequiado con el paseo por la ciudad y un sarao; aquí sucede el episodio de la cabeza encantada; aquí vé y examina una imprenta el ingenioso hidalgo, y visita las galeras, donde es recibido con salvas, chirimías y hurras, como un general, y donde tiene lugar el episodio de Ana Félix. En nuestra playa, por ultimo, el Caballero de los Leones es vencido por el de la Blanca Luna y le promete retirarse a su pueblo. En nuestra playa “es Troya” para el desfacedor de agravios. Nada menos que con el virrey de Cataluña, con un general de mar y con muchos otros caballeros pone Cervantes a su personaje principal en relaciones en Barcelona. Encantan también la descripción de la aurora y del despertar de la marina el día de San Juan, al llegar Don Quijote y Sancho a la playa; la descripción de las galeras, y la persecución y presa que hacen del bajel argelino. El cuadro de los cinco títulos que tratan de la estancia del loco caballero en nuestra ciudad, es de los más hermosos del inmortal libro de Cervantes. A más de las dos principales, las figuras de Ana Félix, de su padre, de don Gaspar Gregorio, de don Antonio Moreno, del caballero de la Blanca Luna, el bachiller Sansón Carrasco, de los amigos de don Antonio, del virrey, del general de mar, y las del renegado arrepentido y de otros hombres de las galeras, forman un conjunto encantador. Pocos cuadros tiene El Quijote superiores y hasta diremos iguales al barcelonés. Podemos llamar a Barcelona la ciudad del2Don Quijote por ser la única donde Cervantes le hace ir y lucir, y por el cuadro hermosísimo de su estancia en ella.

En Las dos doncellas, también los cuatro personajes principales de la novela, don Sancho de Cardona, y hasta su esposa, los dos cirujanos, el capellán y Calvete, forman un cuadro encantador que tiene a Barcelona por fondo: la descripción del combate en la playa entre las tripulaciones de las galeras y el pueblo de la ciudad, la escena entre Marco Antonio, Teodosia y Leocadia en casa de don Sancho, el diálogo entre Leocadia y don Rafael en la misma playa, y la despedida de aquellos y del caballero Cardona, son magníficos y graban profundamente en el pensamiento del lector el recuerdo del campo de estas escenas.

En el Pérsiles no hallamos elogio especial de Barcelona; pero hay en él el episodio de Ambrosia Agustina con motivo del cual sale el elogio de los catalanes. Es esa figura la principal y casi única de la escena que pasa en Barcelona: Periandro (Persiles), Auristela (Segismunda), Constanza y Antonio el joven no hacen aquí sino escuchar la historia de Agustina: pero ¿Cuan interesantes no son ésta y los otros?

No parece sino que Cervantes se complaciese en hacer a nuestra ciudad teatro de algunas de las escenas más bellas y más fijas en los recuerdos de sus lectores. Estuvo en Barcelona algunas veces, según se desprende de sus obras, y se conoce que la playa o marina le tenía embelesado. Hace constar en Persiles cómo era costumbre de Barcelona salir infinidad de gente a la playa cuando llegaban galeras, así para verlas, como para ver a los que desembarcaban. En el mismo Persiles hace constar cómo la playa barcelonesa era de contínuo mal segura, de manera que en alborotándose el mar, tenían que apartarse de ella las galeras. En Las dos doncellas también hace constar la poca seguridad de nuestra playa que hacía marchar de Barcelona a las galeras antes de tiempo3. En El Quijote se cita la atalaya de Montjuic haciendo señales cuando llegaban embarcaciones a nuestras aguas.

Barcelona y Cataluña en general han sido poco agradecidas al manco de Lepanto, y en especial, a la honra de haber hecho a nuestra ciudad la única donde representa el Hidalgo manchego y de haberla honrado pintándola como buena apreciadora de loco tan ingenioso4. Por Cervantes, ¿a cuántos miles y miles de extranjeros de todas naciones, pues en tantos idiomas se ha traducido el Quijote, no se ha presentado Barcelona elogiada como no la haya sido otra ciudad alguna?

Bien poco y poquísimo es para nuestra ciudad haber dado el nombre de Cervantes a una calle no muy concurrida y conservar la tradición de una casa donde, se dice, se hospedaba el historiador del Quijote. Una estatua le debe Barcelona y confiamos en que un día se lo pagará. No es que Cervantes, su Quijote y sus Doncellas no sean bien conocidos y bien admirados en Barcelona, y no tengan aquí, hace dos siglos, miles y miles de lectores contínuamente5. No es que en Barcelona no se hayan hecho muchas y muy buenas ediciones de estas obras, lujosas unas, económicas o de propaganda otras. Es que Barcelona es todavía demasiado avara de monumentos y no pasa de dar a las calles nombres de personajes acreedores a mayor demostración de gratitud y estima.

Si algún día erigiese un monumento en honor de Cervantes, fuese estatua, busto, medallón o inscripción, propondríamos que se grabasen en él dos elogios que hace de Barcelona, el de los catalanes, y también las figuras o al menos los nombres de los principales personajes de las escenas que figuró haber pasado en nuestra ciudad: don Quijote, Sancho, don Antonio Moreno, el caballero de la Blanca Luna, el virey, Ana Félix (vestida de arraez), su padre Ricote (vestido de peregrino) y el general de mar, por una parte; por otra, Teodosia y Leocadia, don Rafael, Marco Antonio, Calvete y don Sancho de Cardona; y por otra parte Ambrosia Agustina (vestida de señora), Auristela, Constanza, Periandro y Antonio (vestidos de peregrinos y peregrinas; personajes ideales que manejados por la pluma inmortal del manco de Lepanto, parecen haber existido de veras: tan naturalmente se mueven y con tanta perfección los describe, adorna la escena y les hace hablar el incomparable ingenio de Cervantes).

Seamos los barceloneses y los demás catalanes agradecidos al gran escritor que tantos elogios dispensó a nuestra ciudad: al menos honremos su memoria grata e inmortal y tributémosle los elogios que merece como literato, como pensador, como soldado valeroso y como heroico cautivo. Séanos grata e imperecedera la memoria de Cervantes a los hijos de Cataluña, tanto como pueda sérnoslo la memoria de los catalanes más ilustres por su saber y por sus virtudes; miremósle como si en aquella nuestros Diputados y nuestros Concelleres le hubiesen dado el título de hijo adoptivo de nuestra ciudad.

Volvamos a leer los elogios que hemos copiado. El de los catalanes:

“Los corteses catalanes, gente enojada, terrible, y pacífica suave; gente que con facilidad dan la vida por la honra y por defenderlas entrambas se adelantan a si mismos, que es como adelantarse a todas las naciones del mundo…”

En los de Barcelona hallamos que la titula:

“Temor y espanto de los circunvecinos y apartados enemigos, albergue y amparo de los extranjeros, escuela de la caballería, ejemplo de lealtad, archivo de la cortesía, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos, correspondencia grata de firmes amistades”.

Un hombre del carácter independiente, de los conocimientos profundos, del talento superior de Cervantes, había de notar la diferencia que en aquel tiempo había entre castellanos y catalanes.

Cien años lejos del suplicio de los comuneros; uncidos al carro de la monarquía absoluta y sacerdotal de los Tudescos; perdida la firmeza cívica que da la libertad; reducidos a contemplar la seca, estéril y vaporosa gloria de las guerras y conquistas del Nuevo Continente, de Alemania, Italia y los Países Bajos; viendo disminuir la población de España para poblar la América y abonar con cadáveres las tierras de aquellas regiones de Europa; yermas y desiertas grandes regiones del campo, y en medio de este cuadro una corte distraída, llena de intrigas, con un rey ignorante, encogido, atado por etiquetas y por ministros imbéciles; tal estaban los castellanos.

– Luchando unánimes para conservar su independencia y sus libertades; con carácter enérgico y valor cívico, con la cabeza erguida, con la diestra armada y repeliendo con la izquierda el yugo centralista; repasando con la memoria sus derechos y su historia para defenderlos; fortaleciendo su espíritu con estos recuerdos, y protestando su fidelidad a España, mientras Castilla no les faltase a la palabra; trabajando en el cultivo de los campos y en las artes industriales, y en medio de este cuadro, la Diputación general y los Magistrados municipales, las Cortes y Los Consejos, formados por hombres sencillos, probos y vigilantes, de todos los estamentos, desde el duque al arzobispo, al hortelano y al zapatero; tal eran los catalanes.

– Las ciudades de Castilla disminuyendo su población, industria y orden ilustrado; sujetas a los corregidores enviados de Madrid, sin vida propia, como arrabales de la corte.

– Barcelona, casi república municipal todavía, con su comercio, sus gremios, sus milicias gremiales, su Consejo de Ciento y sus concelleres, sus derechos y privilegios, formando toda una Constitución municipal; gobernándose por sí misma, aumentando su población y su trabajo, dando asilo a todos los extranjeros, ofreciendo a los desamparados hospitales y otras casas e instituciones de Caridad; reuniendo en las Cortes, en los cargos de la Diputación y en sus “casas de caballeros” una nobleza no cortesana, sino popular, y en esta nobleza, en los hacendados y en los demás estamentos o clases, una cortesía varonil, afectuosa y grave que se refleja en las representaciones y demás defensas de los derechos de la ciudad dirigidas a Madrid; con la memoria, vivísima todavía entonces, de los actos más grandiosos de lealtad a las leyes, a los juramentos y de la defensa del príncipe de Viana, y con los testimonios de valor militar dados desde anteriores siglos por los barceloneses.

Vivas, respirando fuerza y duración, estaban en tiempo de Cervantes estas grandes diferencias y ante su carácter, su conocimiento del mundo, su talento y su viveza habían de ser favorables a nuestra ciudad y a Cataluña en general: de aquí esos elogios que las tributó. Espíritu recto que de la corte solo sacara desprecios y miseria, que la había visto de cerca y hasta desde dentro; que había mirado del mismo modo las provincias y ciudades sujetas a esa corte, que en los empleos que había desempeñado para ganarse un mendrugo había tenido ocasión de observar las miserias, la servidumbre y la decadencia que pesaban sobre sus súbditos y sobre ella misma; Cervantes, decimos, debía ver y estimar a favor nuestro, las diferencias entre Cataluña y la España castellana. Y en los tres elogios que hemos copiado se pinta, claramente y que las vio y las estimó. Volvamos a leer si no su elogio de los catalanes y las frases que hace poco hemos sacado de sus elogios de Barcelona y los hallaremos inspirados por la impresión de estas diferencias; les encontraremos un carácter social, moral, político que no se halla en los elogios que tributa a otras naciones y ciudades.

Estos elogios de Barcelona y de los catalanes, los escribió Cervantes el primero hacia el año 1612, el segundo y el tercero los años 1615 y 16 poco tiempo antes de morir (el 23 de abril de 1616), de los sesenta y cuatro a los sesenta y nueve años de edad, cuando su espíritu tenía toda aquella entereza, discreción, vivacidad y sentimientos que manifiesta en la carta dedicatoria del Persiles, escrita al otro día de haber recibido la Extremaunción (18 de abril), y casi la víspera de fallecer de una enfermedad larga, que veía inevitablemente mortal, y que hasta el último suspiro le dejó claro y entero entendimiento con todas sus facultades y potencias6. A su carácter franco e independiente nada podía impedirle decir la verdad, y la víspera de morir respeto alguno podía estorbarle de expresar con franqueza su parecer sobre Barcelona y los catalanes, por más que este parecer y estos elogios hubiesen de ser mal vistos en Madrid donde residía, y en Castilla, por donde habían de circular más sus libros.

1. Por la Noticia Universal de Cataluña conocimos este elogio: que el Pérsiles no lo habíamos leído. En algunas ediciones de esta obra de Cervantes, publicadas en tiempos del absolutismo, en el reinado de Godoy, por ejemplo, faltan en el elogio de los catalanes las palabras: “gente que con facilidad dan “la vida por la honra” y se suplen por estas “calidades que”

2. Del Don Quijote, es decir, del libro; no de Don Quijote: el admirable orate no era barcelonés ni catalán.

3. En tiempo de Cervantes el puerto de Barcelona solo estaba comenzado y aun estos comienzos eran muy poca cosa.

4. Es de notar que Cervantes pinta a su caballero andante recibido con aplauso y agrado por los catalanes que se ponen en relación con él, principalmente en Barcelona, exceptuadas las travesuras de los muchachos, y de las dos señoras. Solo una persona, paseando don Quijote por la ciudad, le regaña y reprende por mentecato, y éste sujeto es un castellano. Es de advertir que ningún escritor catalán habló mal de Cervantes y que algunos escritores castellanos le zahirieron y denigraron injustamente, entre ellos el indigno que bajo el pseudónimo de Avellaneda escribió el Quijote falso o torpe, el fanático y envidioso Góngora, el vanidoso y fátuo Villegas, el burlón Cristobal Suarez de Figueroa y hasta algunos amigos falsos como Espinel.

5. Parécenos haber leído años atrás en alguna obra sobre Barcelona o sobre literatura de Cataluña, el título de una traducción catalana del Quijote, publicada pocos años después de la primera edición castellana. Agradeceríamos que alguien fijase más esta idea, si no andamos equivocados y no confundimos la de dicha traducción con la traducción catalana de alguna otra obra menor.

6. Como ya se ve en la dedicatoria de la segunda parte del Quijote, en octubre de 1615 Cervantes ya estaba enfermo. Pasó mal el invierno, y en 2 de abril del año 16 se marchó a un pueblo llamado Esquivías, donde vivía la familia de su esposa, a ver si con los aires del campo recobraba la salud; más a los pocos días, empeorando, volviose a Madrid donde residía. Según refiere en el prólogo del Persiles (aunque no hacemos gran caso del diagnóstico del estudiante que le saludó y abrazó entusiasmado hallándole en el camino), sufría una gran sed, hallábase decaído el pulso, veía escapársele la vida y hasta fijaba su muerte para de allá pocos días. “Mi vida se va acabando, le dijo al estudiante, y al paso de las efemérides de mis pulsos, que a más tardar acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida. Adios gracias; adios donaires; adios, regocijados amigos, dice después, que yo me voy muriendo y deseando veros presto contento en la otra vida.” El 19 le olearon “Ayer me dieron la Extremaunción, dice en la dedicatoria del Persiles, y hoy escribo ésta el tiempo es breve, las ánsias crecen, las esperanzas menguan”. Empeoró después de escrita esta carta llena de agradecimiento, que es la más brillante y duradera ejecutoria del conde de Lemos, y falleció el día 23. Hasta el útimo momento conservó Cervantes la claridad de sus potencias y aquel estilo vivo, animado y jovial que causa trabajo al lector para hacerse cargo de que el autor de la segunda parte del Quijote y del Persiles era casi setentón.